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viernes, 11 de febrero de 2011

MI VIDA EN PROSA

¡Hola! Me llamo Violeta y nací un sábado quince de febrero en Madrid, y os voy a contar todo lo brevemente que pueda mi vida.
La verdad es que no he ido nunca a la guardería, siempre me han cuidado en casa hasta infantil.
Empecé a ir al colegio público Vázquez de Mella donde hice amistades con las que todavía mantengo el contacto y veo a menudo.
En infantil recuerdo a mi profesora Fuencisla, de la que conservo bastantes buenos recuerdos, ya que fue ella quien me hizo perder un poquito la vergüenza que tenía para relacionarme con algunos adultos.
En primaria recuerdo a más de un profesor, y a más de un compañero que se convirtió en amigo hasta estos días. La primera que me viene a la mente es Rosa, mi profesora del primer ciclo de primaria, con ella aprendí un montón de cosas nuevas y tengo muy buenos recuerdos en sus clases. E el segundo ciclo tuve de tutora a Agustina, una profesora bajita y con un poco de mala uva. Con ella cantábamos en clase las tablas de multiplicar hasta saciarnos y aprendiéndolas de memoria (aunque yo siempre quise uno de esos lápices que las llevaban escritas para hacer los deberes). En el último ciclo me cambié de colegio durante una temporada que viví en Toledo, en un pequeño pueblo y después de escucharlo denominaría ese colegio como “CRA” (aunque no sé muy bien lo que significa supongo que lo aprenderé a lo largo del curso). Tras un tiempo volví de nuevo a Madrid, a mi colegio de toda la vida, a acabar primaria haciendo sexto. Mi tutora en “el Vázquez” era Juana, una mujer muy basta y muy extraña, hasta el punto que nos dijo inclusive la manera menos dolorosa de suicidarse… con ella NO tengo demasiados buenos momentos. Pero en sexto ya teníamos más de un profesor, y mi favorita (como casi siempre) era la profesora de matemáticas: Rosalía. Ella siempre me ponía un MRB (muy “requete” bien) en los exámenes y a mí me encantaba verlo escrito bien grande en mis deberes o exámenes.
Luego empezaron los nervios, las prisas… ¡que nos vamos al instituto! Yo no me lo podía creer, la vida pasa demasiado rápido cuando la disfrutas. Mi padre quería que en el instituto en el que su niñita estudiase no fuese público, por lo que empezaron a buscar entre un grupo de padres (los de mis amigos y mi padre) un instituto en la zona que fuese concertado: el Covadonga. Mi profesora Rosalía nos lo recomendó también y dijo que ella conocía allí a profesores y que era un buen centro para continuar estudiando.
Bueno, pasó el verano pero los nervios de dejar de ser los más mayores para pasar a ser de nuevo los más pequeños resurgieron, pero esta vez mucho más.
Nuestro primer día (digo nuestro porque fui con bastantes compañeros y amigos de mi colegio), fue sobre ruedas. Llegamos y al principio estábamos un poco perdidos, pero enseguida nos encontramos. A la “sala de usos múltiples” (lo pongo entre comillas porque su único uso era escuchar hablar a alguien allí), y una vez allí nos separaron por grupos, poniéndonos juntos por colegios. Yo estaba en clase sentada al lado con mi mejor amiga, con la que ahora mismo estoy ahora en la biblioteca escribiendo esto. Nos dieron una agenda, el horario, nos dijeron que no tuviésemos miedo que todos los de esa clase éramos iguales y nos sacaríamos el curso si poníamos de nuestra parte tan solo un poquito. Los cursos pasaron demasiado rápido y a veces echo de menos el volver a empezar allí, pero en fin, llegamos a cuarto de la E.S.O. y nos comunicaron “¡Que cierran el Cova!”. Yo no me lo podía creer, muchos profesores llorando, la gente no sabía a donde tenían que irse ahora, pero nos lo facilitaron un poco porque el colegio era de la Fuhem (Fundación Hogar del Empleado) y había varios institutos y colegios de la misma fundación. Así que primero de Bachillerato cambio de aires otra vez… ahora ya fue más difícil ir con quien siempre habías ido, pero en mi nuevo instituto seguía teniendo compañeros que conocía desde hacía muchos años. Fue un año difícil, yo estaba desacostumbrada a estudiar (siempre me lo había sacado todo apenas sin abrir el libro), pero Bachillerato era otro tema. A estudiar se dijo, y estudié. A mitad de curso mi padre me propuso ir a acabar Bachillerato a Estados Unidos y accedí. Al principio me daba miedo, luego ilusión, luego terror, luego pena, luego lloraba, presumía… una mezcla de emociones bastante rara y confusa.
Al fin llegó verano, fuera de estudiar, ahora solo a disfrutar de mi verano en casa. Llegó agosto y como allí los cursos empiezan antes pues me fui. Conocí gente de todos lugares, en algunos iban a clase incluso los sábados, ¡los sábados! Yo era la única española en a saber cuántos quilómetros a la redonda, pero la verdad que al principio fue duro, pero ahora lo agradezco, porque fue una experiencia que también ha influido en por qué quiero ser maestra. La gente (en general) allí son muy incultos, tanto que un día en clase de U.S. History el profesor dijo algo sobre Asia, y una alumna preguntó: “pero… ¿Asia no era un país?”. Yo no quiero que ni mis hijos, ni los hijos de mis amigos, vecinos, conocidos o desconocidos no sepan ni situarse en un mapa.
Creo, y recalco que sólo lo creo, que para cambiar la sociedad hay que cambiar a los más pequeños, hacer de ellos pequeñas personas con valores bien asentados que sepan distinguir cuando una cosa está bien o cuando está mal, que disfruten aprendiendo y aprecien (en el modo en el que lo pueden apreciar niños de primaria) la suerte que tienen y aprovechen al máximo sus cabecitas para ser alguien, que piensa en los demás y no sólo en sí mismo, y que persiga sus sueños como si no hubiera mañana.
En definitiva, quiero ser maestra porque quiero que mis alumnos me recuerden como a una Fuencisla, a una Rosa, a una Agustina o a una Rosalía, que en cierto modo ha cambiado sus vidas y no sepan que habría sido de ellos sin su “profe”.

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